Dejar que las emociones vengan, sentirlas directamente sin juzgarnos, permitir que nos muestren lo que nos sirve ver, observarnos en su espejo y luego dejar que sigan su camino, sin aferrarnos ni a la alegría ni al dolor.
Si lo que aparece al vernos reflejadas es malestar y confusión, significa que es necesario decantar algunos contenidos para que el agua vuelva a fluir clara y la vida recupere su cauce
Sumergirse, bucear en las profundidades y conocer lo que hay en el fondo nos permite recobrar la unidad. En el flujo de la emoción nos hacemos libres y conscientes de lo que nos sucede adentro, de la forma en que la vida nos pasa.
La clave: soltar el control racional, dejarnos fluir, ir cambiando de estado. De este modo nos libramos del estancamiento, de los apegos y la enfermedad. La memoria se abre y la conexión se establece.
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