domingo, 14 de noviembre de 2010

Contadora de cuentos

Hablando de decir las cosas por su nombre, confieso que lo primero que aprendí a hacer en la vida fue a mentir, no es que me la pasara mintiendo pero sentía una necesidad de no aceptar las cosas como venían.  

La vida por entonces no me resultaba muy amable, sufría bastante y no tenía forma de escapar más que soñando despierta, aprendí a maquillar la realidad, desarrollando unos mecanismos de sublimación bien sofisticados y una cantidad enorme de personajes internos, así evitaba vivir la vida a secas, le ponía de mi cosecha y resultaba un poco mejor. Supongo que los primeros años fue una estrategia de sobrevivencia, más o menos como el ego, lo problemático vino cuando empecé a aplicar la misma técnica en otras áreas de mi vida, mis relaciones, mi historia, mi dolores, cuando dejé de contar cuentos y empecé a contarme el cuento.

No se vaya a mal entender, yo adoro mi imaginación y la forma en que me permitió hacer del mundo un lugar más habitable, de hecho de ahí vienen muchas de mis aficiones incluyendo mi carrera, pero con el tiempo terminé por alejarme de la vida y de mi verdad, perdí la costumbre de establecer vínculos verdaderos y me refugié en mis proyecciones, que pa colmo no eran muy luminosas.


La verdad no es asunto de conceptos, no existe un consenso al respecto siquiera, la verdad sólo existe, sólo es, da lo mismo las explicaciones; la verdad a nivel personal tiene todo que ver con el encuentro con uno mismo, con la transparencia del Ser; si soy capaz de verme de frente, sin excusas ni idealizaciones, si soy capaz de asumir mi trayectoria y mirarme tal como soy, entonces me voy acercando. 

Ser auténtico, ser sincero, dejar de imitar a alguien más, dejar de fantasear por miedo a vivir es parte del trabajo, dejar de juzgar, porque el juicio es pura falta de empatía, e mental, no es sentimiento. 

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