Hasta el día existe un cierto oscurantismo frente al hecho de nacer mujer, en la actualidad no es tan explícito como en los tiempos en que los primogénitos debían ser hombres y las niñas constituían un problema, pero de todos modos queda en el subconsciente el condicionamiento frente a todos esos siglos de desprecio hacia lo femenino.
Es como si al enterarse la madre y la familia de que el bebé en camino es una niña se activaran todos los miedos ancestrales al respecto, insisto no es consciente, pero definitivamente en la memoria de nuestro género hay muchos antecedentes para creer que ser mujer no es fácil, han sido siglos abuso, de discriminación y sometimiento.
Sin embargo, hemos elegido caminar la tierra encarnando a la hembra de nuestra especie, no ha sido un accidente ni un error, ha sido una decisión consciente y llena de propósito aunque no podamos recordarla. Ser mujeres significa una onda comunión con la Madre, con el Agua y la Luna, somos Naturaleza, somos creadoras, somos vida, somos Una.
Somos las llamadas a sanar nuestro linaje, la historia de las mujeres que vinieron antes y reivindicar nuestro derecho a sentir, a fluir libremente, a gozar de nuestros cuerpos, a dejar que el corazón se exprese. Somos las encargadas de ahondar en la memoria y rescatar los saberes ancestrales, las medicinas de la tierra, la ceremonia, el canto, la risa, la danza. Somos un regalo para la vida.
Que sea una niña es una bendición!!! Por cada nueva mujer que nace, se multiplica el potencial de sanación y podemos seguir tejiendo las redes de la hermandad femenina, porque ya desde el vientre somos hermanas, ya estamos unidas, somos parte de una misma historia y de un mismo propósito: seguir tejiendo con amor los lazos de la familia humana.
Las hijas son un espejo maravilloso, nos muestran lo que sirve sanar, lo que ha quedado pendiente, lo es hora de resolver. Esas niñas maravillosas que nos recuerdan que también somos niñas, y que nos despiertan el amor que somos capaces de entregar.
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