De todas las bendiciones que implica ser mujer, no deja de asombrarme la forma en que nuestras experiencias confluyen en una memoria más allá del tiempo, en un eterno presente que unifica nuestras experiencias en un sólo pulso: el pulso de la vida. Somos cambio, somos multiplicidad, vida y muerte, luz y oscuridad, somos las distintas fases de la luna y el movimiento del agua, somos silencio, somos palabra, somos canto, somos calma y poder.
Dentro de nuestro interior están contenidas todas las claves para caminar la vida: somos niñas, pulsando con inocencia el juego de la vida; hembras poderosas, creativas, tejiendo redes, sembrando conciencia; abuelas sabias y mágicas, guardianas del corazón. La memoria de la tierra vive en nuestros huesos y nuestras úteras recuerdan todo lo que nos sirve saber.
Del mismo modo en que podemos vernos reflejadas en nuestras ancestras, y reconocernos las unas en las otras, cada parte de nuestro coexiste en un eterno presente y pide atención; corresponde escuchar y acoger con cariño a la niña que pide salir a jugar, a la adolescente que quiere conquistar el mundo, a la mujer gozadora que quiere disfrutar, a la madre dulce que sabe cuidar y nutrir, a la anciana que pide silencio y se guarda. Cada momento nos representa, cada instancia es necesaria, somos todas y somos Una.
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